miércoles, 12 de diciembre de 2007

Nuestra casa de Usera

Cuando la mandó construir el padre ó el maestro como le llamaban mis hermanos aquello era todo campo, un sembrado enfrente inmenso, que desde el balcón, cuando había viento, parecía las olas del mar. Quería vivir casi en el campo junto con todos sus hijos, el edificio de tres plantas y abajo el taller, cada uno teníamos nuestra propia casa y todos teníamos la llave siempre por fuera lo cual resultaba que éramos una comunidad muy unida, aunque en el piso de los padres era donde siempre estábamos. Llegamos a reunir entre todos veintitrés niños, más los de mi hermana Rosa que tenía nueve, y los de Cari que no vivía allí pero como si viviera porque siempre estaba con nosotros, así que los niños no necesitaban mas amigos, nos conocían por el “clan” Tortosa. Una época muy feliz y muy peculiar, nos reuníamos para cantar y cualquier cosa era motivo de fiesta. Eso poco a poco se fue perdiendo con la falta de mis padres y también por nuestro afán de vivir con más amplitud y en casa independientes. Yo lo tengo muy arraigado esa forma de vivir y por eso ahora que vivo sola me vienen esos recuerdos.

domingo, 9 de diciembre de 2007

Nuestra primera moto

Ya he comentado lo de la fiebre de la moto y cuando terminamos de pagar la reparación del golpe que dimos a la que habíamos alquilado, pensamos que igual que pagamos la reparación podíamos comprar una nueva y con esa idea pudimos comprar nuestra primera moto: una Lube preciosa de 125 cc. Eso fue una de las mayores ilusiones de nuestra vida. Con ella llegamos hasta donde queríamos, incluido el puerto de Los Leones, y que sensación de libertad puedes sentir. En ella aprendí a conducir una moto. Años después la cambiamos por una Vespa y otra vez como la anterior firmamos un montón de letras que guardábamos en una caja de zapatos. Cuando nació Piluca la llevábamos entre los dos bien agarradita, pero comprendimos que era peligroso y entonces Ángel añadió un sidecar y la niña iba en el fondo bien abrigada, que pena que no tenga ninguna foto con la cabina de una avioneta que fabricó su padre para protegerla del frío y el viento. Hasta Cartagena fuimos, lo que no me acuerdo es de cuantas horas tardamos, de lo que sí me acuerdo es que Angel tenía las piernas como un cowboy.

La fiebre de la moto

Nosotros lo llamábamos la fiebre de la moto, estábamos enganchados, como dicen ahora, a esa idea y por mas que le dábamos vueltas no nos salían las cuentas. Yo que he sido siempre muy optimista no lo veía tan negro, Ángel se negaba ni siquiera a la idea de tener una. Fue un día que alquilamos una entre mi hermano Juan y Anita, ahora su mujer, ¡que bien lo pasábamos! nos turnábamos para montar, estuvimos en la Casa de Campo, montábamos las dos chicas con uno o con otro y sentimos, por lo menos yo, un aire de libertad, bueno yo no lo sé explicar, eso hay que sentirlo cuando se monta, y mucho más cuando la conduces tu. Cuando pasaron muchos años después que tuve mi propia moto, pienso que debe ser así como montar a caballo que yo no lo he probado nunca y estoy arrepentida. Aquel día no terminó muy bien porque nos caímos cuando ya teníamos que devolver la moto, tropezó la pata de cabra con el raíl del tranvía cerca de la puerta de Toledo, fue un buen susto. Anita tenía las piernas desolladas, yo eché a correr a buscar a Angel, yo corría mucho y no sé como le pude encontrar saliendo de la casa de campo, entonces él se fijo que yo tenía las piernas ensangrentadas, no es nada le dije, vamos enseguida que hay que devolver la moto claro la moto no andaba, la llevaron andando hasta Manuel Becerra y tuvimos que pagar muchos meses la reparación. Esto no restó nuestro deseo de tener moto propia pero eso ya lo contaré otro día.