jueves, 24 de mayo de 2007

El huevo de Mari Tere

Ya he hablado del hambre que pasamos en la guerra, y también después. Mi madre repartía el pan en raciones iguales, lo mismo para todos, y nos preguntaba si lo queríamos de una vez, o nos lo repartía para la comida y para la cena. Mi hermano Perico y yo preferíamos comerlo de una vez, porque de verdad no era mucho, de modo que ya en la cena nos poníamos a cantar para no acordarnos del hambre.

En el bajo de la casa vivía una familia que tenían una cacharrería (creo que ese comercio murió), y también tenían pueblo. ¡Cuantas veces le preguntaba a mi madre por qué nosotros no teníamos pueblo! Creo que todavía sigo añorándolo, pues yo obserbava que los tenían pueblo también tenían comida.

En fin, que la mamá de Mari Tere todas las tardes sacaba una mesita pequeña con su sillita, su mantelito y un huevo en una copita para mojar. Mi hermano Perico y yo mirábamos el huevo día tras día, hasta que un día decidimos llevarnos, yo el huevo, y él el pan. Nos supo a gloria, pero la reprimenda de nuestra madre fue tremenda porque había tenido que soportar a la señora diciendo que sus hijos éramos unos ladrones.

jueves, 17 de mayo de 2007

El Instituto Escuela

Si hubiera podido seguir estudiando en el Instituto Escuela, ahora sí escribiría bien. Qué pena de pérdida de aquel colegio tan querido. Después de la guerra, quisieron hacerlo igual, pero para mí que no lo consiguieron. A mis hijos mayores, me informé sobre sus métodos de enseñanza, y me pareció que no merecía la pena el coste (para nosotros entonces estaba fuera de nuestro presupuesto) y tampoco sus métodos. No había clases de idiomas en párvulos, yo me acordaba de mi profesora de francés, y también de la de alemán. Aquellas canciones, que les he cantado y aún canto para mis hijos. Y las poesías que aún recito. Menos mal que mi hermana mayor, 18 años mayor que yo, era la que me llevó al Instituto, pues ella era maestra ya en el mismo, y gracias a ella yo pude aprender todo lo que sé, y a seguir recitando la poesía de La Defensa de Madrid, de Alberti. Qué pena que no pudiera darme más clases.


Esta página del bloc está dedicada a ella. Caridad García Bernal.

Críticas a mi bloc

Mi hija pequeña (37 años) dice que no le gusta nada la página referente a los retretes. A mí me parece lo más natural, pues menudas discusiones tenían mi suegro y su hermano Agustín. Éste vivía en una buhardilla bastante diáfana (quien la pillara ahora) y en el centro, él , que era albañil, comprobó las bajadas del alcantarillado, que estaban en el centro, y allí plantó su retrete, y a mí me hacía mucha gracia aquello, me parecía muy surrealista,. Mi suegro, que se las daba de más culto y profesional, tenía compartido eso con los demás vecinos, en la calle Zurita 21, de Madrid. Una vivienda con habitaciones separadas, tan minúsculas que ahora comprendo por qué mi marido durmió siempre con las piernas encogidas.
Así que eso del loft no se ha inventado ahora.

Madrid, 11 de mayo de 2007

Hoy es mi cumpleaños. 77, no como dice mi hija pequeña, que son 78, como si no lo supiera yo, que nací en el 30. Siempre tengo regalos de mis hijos. Lo mejor son los libros, que no me duran nada, y de los que suelo olvidar el autor y el título. Antes sí podía opinar de éste o aquél autor. Ahora comento que acabo de leer un libro estupendo, y me preguntan. ¿cómo se llama? No sé, no me acuerdo. ¿Y el autor? Tampoco me acuerdo. Creo que estoy perdiendo la memoria. Por cierto, curiosamente, no pierdo la memoria histórica, de esa, como si fuera ayer, así que preparaos para mis batallitas.

Por cierto, hoy también es el cumpleaños de mi hermano Perico, tres años mayor que yo, siempre decimos que somos mellizos. Él es muy diferente a mí, es estupendo, pero me daría mucha vergüenza que leyera mi bloc.

jueves, 3 de mayo de 2007

El baño

En Madrid, cuando yo recuerdo, no había ducha ni baño, y en muchas casas tampoco agua corriente. En la nuestra sí había. El tener un retrete dentro de la casa era signo de más categoría. Nosotros teníamos una taza muy fuerte, ya que mis hermanas lo hacían con los pies encima, postura que a mí me parecía muy incómoda. A veces pienso en aquello, mi madre nos bañaba en una pila grande de mármol, los sábados. Como éramos ocho, se formaban colas en el pasillo, poque aquello era lento; había que calentar en ollas grandes el agua en aquella cocina de hierro, que con el calor del carbón era nuestra calefacción en invierno. No recuerdo haber pasado frío, hambre sí, pero esa es otra historia.