martes, 29 de enero de 2008

El cochecito

Mi nieta Ana Celia me dice que escriba de mi vida, a ella le gusta escucharme, ya de pequeña me decía: yaya un cuento no, una historia tuya verdadera, Aunque yo crea que no tiene ningún interés, pero sí son cosas que han pasado de verdad, me deja hablar y cantar las canciones antiguas aunque creo que cada vez lo hago peor. También viejas poesías aprendidas en mi colegio Instituto Escuela.
Hoy le contaba cuando cuidaba a mi hermano pequeño. Había nacido al terminar la guerra civil, yo tenía nueve años, Don Tomás el médico que nos conocía mucho le dijo a mi madre que como no podía darle buenos alimentos (que yo recuerde ni buenos ni malos) no había casi de nada, que como el niño había nacido algo desnutrido, que al menos le diera mucho el sol y el aire, así que me dejaba estar todo el día en la calle. En mi glorieta había muchos árboles y poca contaminación, mi papá no quería que yo lo tuviera en brazos porque era muy pequeña y le construyó un cochecito para bebe todo de madera, yo salía tan ufana con mi cochecito, pero de tanto rodarlo las ruedas se desgastaron por la parte mas débil de la madera de modo que se pusieron cilíndricas, bueno eran como huevos y al rodar daban unos saltitos muy graciosos que al niño y a mí nos gustaban mucho, resultaba la mar de original.

domingo, 20 de enero de 2008

El primer coche

Mi hermano Juan se acordará, fueron los dos (mi marido y él) a traer el coche, un cochecito precioso negro, le llamaban el “Topolino” era muy pequeño y lo vimos en un garaje en la plaza del Marqués de Salamanca, nos enamoramos de tal forma que empezamos a pensar si podría ser nuestro. Teníamos entonces una Vespa a la que Angel había acoplado un sidecar y para que los niños no tuvieran frío le puso una cabina que acopló de una avioneta, vaya ingeniero que era, hacía cosas increíbles, ahora pienso que el dueño del coche no era ingeniero, pero sí más listo y debió salir ganando. Yo no hacía mas que salir al balcón para ver venir el coche “nuevo” que debía tener más años que Matusalén, cuando lo metieron bajamos todos mis hermanos, cuñadas y sobrinos y claro mis niños y yo, todo un acontecimiento. Todos querían probar a conducirlo y al ir a salir no encontraban la marcha atrás y les decían: os han timado, no tiene marcha atrás. Probaban uno y otro y nada, hasta que Rafael que tenía más experiencia la encontró, nos libramos de un buen susto.

martes, 15 de enero de 2008

El Chacho

Esto de escribir le viene a mis hijos de herencia, pues contaba mi madre que su tío al que llamaban “El Chacho” escribía inspirado por un espíritu. Era una historia apasionante de las que enganchan y no se pueden dejar y sueñas con ellas. El Chacho escribía alrededor de una mesa de tres patas y con varias personas alrededor creyentes, espiritistas, cosa que a mí siempre me ha dado miedo y cerraba los ojos y dictaba para que copiaran los demás lo que le transmitía el marino. Esta historia, no la del marino, nos sobrecoge mucho a mi hija Marisa y a mí, ella también escribe y parece que El Chacho está muchas veces en su pensamiento y nunca lo conoció y yo tampoco, ni en fotografía.

Cuando escribo la página

Cuando escribo la página siempre tengo miedo de no poder hacerlo como quisiera, pero pienso que mis hijos y nietos podrán leer y saber cosas de mi vida que con el tiempo se olvidan. La verdad es que no ha sido tan importante como para escribirla, pero es nuestra vida, la de Angel y Pilar que se quisieron mucho y como resultado han tenido tres hijos fabulosos como diría yo, él diría que ellos le habían hecho ser feliz y cumplir todas las ilusiones que había puesto en ellos, qué pena que no pueda ver a sus nietos tan grandes, que son el reflejo de sus padres.

lunes, 7 de enero de 2008

El tope del tranvía

En la glorieta de Luca de Tena terminaba el tranvía, un poco más abajo la estación de Delicias, donde íbamos a jugar a las vías del tren y al lado de la estación La Ferro un campo de deportes donde vimos muchos partidos y veladas de boxeo. Esto último no me ha gustado tanto pero nos colábamos sin pagar con una habilidad increíble, también entrábamos en el cine de verano, saltando la valla de madera y justo donde daba la vuelta a la glorieta, el tranvía aflojaba la marcha y de un salto nos sentábamos en el tope, el revisor cuando nos veía nos tiraba arena de un cajoncito que llevaba colgando en la parte de atrás, creo que servía para frenar en algunos casos. De esta forma cambiando de tranvía viajábamos hasta la tienda de mi hermana Rosa en la calle López de Hoyos unas distancias grandísimas, otras veces íbamos en bicicleta y algunas me ha llevado mi hermano Pedro en la barra. Pensábamos merendar a lo grande pero mi hermana como tenía tanto trabajo se olvidaba de darnos de merendar y nosotros nos conformábamos con unas algarrobas que vendía para los caballos porque la tienda era de piensos y nos sabían a gloria, están muy dulces pero algo duras, en aquel tiempo el hambre se combatía con cualquier cosa y el estómago no nos dolía, estábamos siempre bien de salud, claro de vez en cuando nos ponía mi madre en fila y nos teníamos que beber un vaso de agua de Carabaña, esto quien lo haya probado, es tela marinera.

Las alcantarillas de la calle Áncora

Mi hija Marisa me anima a escribir sobre las pelotas de las alcantarillas en aquel tiempo. Desde el cuarenta hasta el cuarenta y cinco los niños disfrutábamos de pocas pelotas pero las pocas que había se colaban por las alcantarillas, así que la pandilla nos metíamos por una que había en la calle Áncora (ahora Palos de Moguer) y casi a tientas, con alguna linterna o con antorchas hacíamos el recorrido hasta La China, o sea el Arroyo Abroñigal y con suerte encontrábamos alguna y a veces hasta grandes, era una fiesta el hallazgo, pero del viaje esta aventura con las ratas paralelas a nosotros, es lo que más nos gustaba. Había algunas niñas que les daba miedo y no venían, a mi que tenía mas miedo que nadie no se me ocurría desistir, era fantástico, la vuelta era ya por arriba y nos parecía que nos habíamos alejado más de lo permitido, pero nadie se “chivaba”. Otras veces hacíamos nuestras propias pelotas con calcetines viejos, yo llegue a ser buena jugadora de fútbol en la acera de mi casa.