domingo, 9 de diciembre de 2007

La fiebre de la moto

Nosotros lo llamábamos la fiebre de la moto, estábamos enganchados, como dicen ahora, a esa idea y por mas que le dábamos vueltas no nos salían las cuentas. Yo que he sido siempre muy optimista no lo veía tan negro, Ángel se negaba ni siquiera a la idea de tener una. Fue un día que alquilamos una entre mi hermano Juan y Anita, ahora su mujer, ¡que bien lo pasábamos! nos turnábamos para montar, estuvimos en la Casa de Campo, montábamos las dos chicas con uno o con otro y sentimos, por lo menos yo, un aire de libertad, bueno yo no lo sé explicar, eso hay que sentirlo cuando se monta, y mucho más cuando la conduces tu. Cuando pasaron muchos años después que tuve mi propia moto, pienso que debe ser así como montar a caballo que yo no lo he probado nunca y estoy arrepentida. Aquel día no terminó muy bien porque nos caímos cuando ya teníamos que devolver la moto, tropezó la pata de cabra con el raíl del tranvía cerca de la puerta de Toledo, fue un buen susto. Anita tenía las piernas desolladas, yo eché a correr a buscar a Angel, yo corría mucho y no sé como le pude encontrar saliendo de la casa de campo, entonces él se fijo que yo tenía las piernas ensangrentadas, no es nada le dije, vamos enseguida que hay que devolver la moto claro la moto no andaba, la llevaron andando hasta Manuel Becerra y tuvimos que pagar muchos meses la reparación. Esto no restó nuestro deseo de tener moto propia pero eso ya lo contaré otro día.

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